COLECCIÓN GÓMEZ
Siempre me moví con dos ideas claras en mi cabeza, la primera es soñar antes de hacer nada, realmente yo creo que hay que saber soñar despierto lo que uno anhela.
La otra, es trabajar para que eso quede plasmado tal como lo veíamos.
Este segundo paso, para mí, se llama tener una buena idea.
Obviamente que una buena idea no es sólo pensar en algo, sino también saber cómo implementarlo, y generalmente para esto es más importante saber cómo hacerlo que tener una gran cuenta bancaria.
Yo nací en una familia muy humilde, recuerdo que la primera casa de mis padres era una prefabricada con techo de cartón.
Todo lo que he conseguido en la vida ha sido a base de sueños, trabajo y más sueños.
Cuando comenzaba con mi proyecto laboral, recuerdo que había puesto todas las fichas en los automáticos para los tanques de agua, había vendido mi casa, nos habíamos ido a vivir con mi suegra y la cosa parecía que no marchaba.…
Entonces me voy a Monte Grande y empiezo a venderlos puerta a puerta.
El tema no era fácil. Iba casa por casa golpeando las manos, entonces desde adentro me gritaban:
-¡No compro! ¡No compro nada!–
-¡Yo no vendo nada, señora!– contestaba haciéndome el enigmático.
Y así lograba llamar la atención de las personas.
-¿Cómo que no vende nada?– me decían.
-Yo no vendo nada, nosotros instalamos automáticos para tanques de agua, le explicaba cuando se acercaba, y empezaba con el speech de siempre: Usted cada dos por tres se queda sin agua en su casa ¿No?– y así vendía.
Nos íbamos Gustavo, que era mi único empleado, mi vieja y yo, en mi Citröen destruído hasta Monte Grande.
Mi vieja traía la tarta, huevos duros y gaseosas, generalmente terminábamos almorzando en el auto.
Cuando el día iba bien, festejábamos parando a comernos un asadito en alguno de los puestitos que estaban en la ruta.…
Hace poco tiempo estaba sentado en el restaurant del famoso chef Paul Bocuse, en la ciudad Lyon en Francia, cuna de la comida francesa. Es uno de los restaurant más importantes del planeta, mientras cenaba en medio de todo ese lujo no podía dejar de acordarme de esos momentos en Monte Grande.
¡Éramos tan pobres!
Exactamente esto fue lo que me pasó con esta colección.
Ni Porsche ni el arte habían sido algo importante para mí hasta no hace mucho tiempo. Pero un día los descubrí.
Por un lado, siempre me apasionaron los autos, de chico mis padres jamás habían podido comprarse uno, por eso ese fue mi primer objetivo. Cuando compré mi primer auto era muy jóven, estaba feliz, casi ni podía ver los defectos que tenía: doblaba para un solo lado. A mí no me importaba; andaba.
Desde ese primer auto no paré nunca y siempre me dieron satisfacciones.
Pasaron muchos años hasta que descubrí a Porsche, que para mí, es el auto más confiable para el manejo extremo en un autódromo y tiene un diseño que me encanta.
Mi primer Porsche fue un GT3 y me gustó tanto que quise más potencia y ahí me compré el GT2. El auto era una obra de arte. Yo hacía poquito tiempo que me había hecho amigo de un gran pintor uruguayo, Carlos Páez Vilaró, a él le compré mi primer original y él me introdujo en el arte.
Sinceramente unir estos dos mundos para mí fue lo más natural, simplemente quería mostrar y combinar dos modos de arte diferentes, pero que se potencian a la perfección.
Y si, otra vez lo soñé, soñé con esta colección, soñé con mostrarla y poder compartir con el mundo estas dos pasiones que ahora llevo tan adentro mío.
Y sigo soñando y esos sueños se van cumpliendo.